lunes, 28 de mayo de 2012

Rick y sus zapatos mágicos


Rick era un perro  que vivía con una familia que le adoraba. Cada mañana se despertaba en su camita junto a 3 juguetes: un pollo, un erizo y un hueso de peluche, y eso le hacía muy feliz, pero había algo que no le gustaba… Él sabía que era un perro y deseaba ser algo más, deseaba ser una persona de carne y hueso y poder hacer las cosas que hacían sus dueños, quería comer con cuchillo y tenedor, dormir en una cama y andar con las dos piernas.

Rick sabía que sus sueños eran imposibles y que pasar de perro a humano era algo que nunca pasaría, sin embargo seguía con la esperanza de que algo pasara y pudiera saber como es la vida siendo humano. Una tarde mientras salía a pasear encontró unos zapatos rotos en una esquina, y mientras los olisqueaba pensó que quizás si se los ponía podría parecer una persona de verdad.
Al llegar a casa Rick fue directo a ponerse sus zapatos, quería saber lo que se sentía cuanto antes pero había un problema, debía atarse los cordones y con sus patitas era imposible, así que fue lo más rápido que pudo hacia Carlos, uno de sus amos, y mediante un par de ladridos consiguió que le atara los cordones y se fue a dormir a su cama junto a sus juguetes.
A la mañana siguiente Rick se despertó sintiéndose nervioso, algo muy raro en él ya que era un perro muy tranquilo, notaba que algo en él estaba cambiando así que asustado salió de casa corriendo. Cuando llegó a un callejón sin salida empezó a pensar que podía pasarle, y vio que sus piernas se estaban alargando, que su cabello se estaba cayendo y que su cuerpo en general ya no era el de un perro… ¡Era el de un humano!

  Rick volvió a casa caminando con sus dos nuevas piernas, y les explicó a sus dueños lo que había pasado; aunque ellos al principio no se lo creyeron al final acabaron confiando en sus palabras y le acogieron como un miembro más de su familia, comprándole una cama nueva, decorando una habitación a su gusto y llevándole a miles de viajes a lo largo del mundo.


Lo que podemos aprender de Rick es que nunca hay que perder la esperanza ni rendirnos ante nuestros sueños porque la vida da muchas vueltas y puede llegar a sorprendernos.


Cuento tomado de: http://xn--cuentoscortosparanios-ubc.net/rick-y-sus-zapatos-magicos/

Caperucita roja



Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
    Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
    Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
    De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
    Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
    Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
    El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
    La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
    Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
    El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
    Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.     
    En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
FIN
Un cuento Clásico de los Hermano Grinm (tomado de: http://personales.mundivia.es/llera/cuentos/caperucita.htm

Cuento de El Árbol Mágico


Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.
El niño trató de acertar el hechizo, y probó con abracadabra, tan-ta-ta-chán, supercalifragilisticoespialidoso y muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: “¡¡por favor, arbolito!!”, y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía: “sigue haciendo magia”. Entonces el niño dijo “¡¡Gracias, arbolito!!”, y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.
El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y por eso se dice siempre que “por favor” y “gracias”, son las palabras mágicas
FIN

Tío Conejo, tío Tigre y tío Morrocoy


Tío Conejo escuchó entre la selva las torpes notas de un desmañado silbido y, de un salto, corrió a esconderse bajo la protección que le ofrecía el fresco e intrincado ramaje de un helecho silvestre.
Allí, inquieto y silencioso, en muda indagación, movió repetidamente las orejas. ¿Quién podría silbar así, entre la floresta?
Las notas del silbido se apagaron y, más cercano, se oyó, en seguida, el áspero canto de una voz bronca y gangoza; era el mismo silbador que, ahora, cantaba.
Tío Conejo permaneció inmóvil: alzadas las orejas, muy abiertos los ojos, latiéndole fuertemente el corazón. Finalmente, a muy cortos pasos de él, allí, ante su asombro, se abrió un matorral espeso, del que surgió Tío Tigre.
Y cosa extraña la fiera traía muy risueña cara de complacencia y una gran mochila de cocuiza. vacía y doblada, bajo el brazo. Pasó, casi rozando el escondite de Tío Conejo, y luego siguió, cerro abajo, por entre los breñales; siempre gangueando su desagradable canción.

Tío Conejo, lleno de curiosidad, corrió a asomarse al borde del barranco.
"¿Por qué estará tan contento Tío Tigre?" -se dijo- "¡Uhm! ¡Algo muy malo deberá estar pensando! ... ¡Voy a seguirlo, a ver!"
Y el simpático v vivaracho roedor se fue, también, pendiente abajo, haciendo brincar la blanca mota de su cola, al correr, veloz, por el camino de las huellas que dejara Tío Tigre.
Tío Rabipelado, después de beber agua allá abajo, en el pocito fresco de la quebrada, subía, poco a poco y cuesta arriba, cuando de manos a boca, se encontró con Tío Mapurite, y como éste, amenazante levantara la cola, dispuesto a la defensa, ante el horror de aquel peligro, el rabípelado se llenó de espanto y saludó, lisonjero:
-¡Señor don Mapuríflor, flor de las flores, olor de los olores!
-¿Cómo está esa bella persona?
El Mapurite sonrió, complacido, y después de contestar el saludo, cortésmente, agregó:
-Pase, pase usted, don Ramón Pila, y que le vaya muy bien-. Y se apartó a un lado.
-Chí-, dijo el marsupial, y siguió su camino.
A poco, ante Tio Rabípelado. desembocó de pronto Tío Tigre.
-¡Señor don Tigre, Tigrón! -lo saludó, haciendo una profunda reverencia- ¡Sabio, como él solo y mil veces más valiente que Tío León!
-¡Ja, Ja, Ja! -rió Tío Tigre- Este Ramón Pilá, siempre con sus cosas... ¡Ah, Ramón Pilá, me vas a hacer un servicio!
-Como no, Tío Tigre; lo que usted mande.
-Bueno. Mira; allá detrás de la casa, dejé unas verduras para un sancocho; "vémelas" pelando, que yo subo dentro de un ratico con la carne.
-Chí- dijo el rabípelado. Y echó a andar apresuradamente.
Tío Tigre se quedó mirándolo, y agregó, en tono amenazador:
-Pero, ten cuidado con desordenarme nada de lo que allí tengo, porque, si no .. ¡Ya sabes!...
Un corto trecho más arriba. Tío Rabípelado por poco se tropieza con Tío Conejo, que venía bajando. Ambos dieron un salto, asustados.
-¡Epoca!. .. ¡Gua; pero si es Tío Ramón Pilá! gritó, riendo, Tío Conejo.


Y Tío Rabipelado, que consideraba un animalillo demasiado inofensivo a Tío Conejo, quiso alardear ante él y exclamó, mostrándose agraviado:



-¡Herria! ¡Me tuvieron chiquito porque grande no pudieron!- Y se hizo a un lado, molesto.
-¡Gua, gua, gua!- murmuró Tío Conejo, entre sorprendido y burlón.
-¡Apártese, compañero, no ve que ando apurado! ¡Voy en una comisión de mi amigo Tío Tigre! ¡Herria!.
Y, engreído, el animale]o siguió su camino y desapareció, cerro arriba, entre los yerbajos.
A fin de recuperar el tiempo allí perdido con Tío Rabipelado. Tío Conejo echó a correr para alcanzar a Tío Tigre.
Llegó al borde de la barranca de la quebrada y, en ese momento, vio que la fiera comenzaba a entrar en la playa del arroyuelo.
Tío Tigre avanzó unos pasos y se detuvo ante un morrocoy que, vuelto de espaldas sobre la arena, movía las patas, angustiado, en un inútil y desesperado esfuerzo
por enderezarse.




-¡Vagabundo, veo que no has podido moverte del sitio en que te dejé! ¡Está muy bueno! Ahora si te podré llevar; para eso traigo esta mochila.
Y, terminando de hablar, la fiera metió el morrocoy en el saco, se lo echó al hombro y
emprendió el camino de regreso. Mientras subía la cuesta, siguió hablando, burlón:

-¡Hasta hoy duraste, Tío Morrocoy! Allá te espera, en la casa, una buena mano de pilón, y después, la olla del sancocho. ¡Ya verás!
Tío Conejo se llenó de indignación. ¡Qué ese bandido de Mano de Plomo fuera a hacer eso con su buen amigo Tío Morrocoy!... ¡No: él no lo permitiría!. .. Pensó un rato y luego echó a correr cerro arriba, también. Llegaría mucho antes que Tío Tigre, quién tenía que ir muy lentamente, por el peso de la carga que llevaba.



Entre el monte, apenas unos cuantos pasos antes de desembocar en el patio de la casa de la fiera, Tío Conejo se detuvo; había escuchado algo así como un llanto.
-¡Hi, hi, hi!- volvió a oírse. Era un gemido desconsolador; aquello parecía la voz de Tío Rabipelado.
¿Quién está allí? -preguntó Tío Conejo- ¿Cómo que es Tío Ramón Pilá?
-Chí- respondió la vocecita.
Tío Conejo buscó y encontró una trampa, en la que estaba metido el rabipelado.
-¡Ah carrizo, Ramón Pilá! ¡Caíste en esa trampa!
-Chí.
-¿Y tú quieres que yo te saque?
-Chí.
-Bueno, pues, vamos a hacerla.
Y Tío Conejo puso en libertad al prisionero.En eso Tío Tigre desembocó frente a la casa y empezó a llamar, a gritos, al rabipelado. El cual, allí junto a Tío Conejo, se dio a llorar amargamente.
-¡Ahora Tío Tigre me va a comer -dijo- porque le tumbé una de sus trampas! ¡Sálveme, Tío Conejo!
Tío Tigre puso el saco, con el morrocoy dentro, en el suelo, y siguió dando gritos:
-¡Ah, Ramón Pilá! ... ¡Ramón Pilál. .. ¿Qué se habrá hecho ese condenado?
Al ver el saco en tierra, a Tío Conejo se le ocurrió una idea, y dijo al rabipelado:
-Bueno. Yo te salvaré; pero eso sí, tienes que hacer lo que te diga.
-Chí.
-Sal, entonces, y haz que Tío Tigre entre en la casa, para que yo pueda sacar del saco, y traerme a Tío Morrocoy.
Sin esperar más, Tío Rabipelado salió del monte y avanzó hasta Tío Tigre.-¡Tío Tigrito, Tío Tigrito -le dijo;- unos ladrones se están robando las verduras!.
La fiera iba a insultar al rabipelado, pero al oír aquello, salió en carrera y desapareció detrás de la casa.
Tío Conejo indicó a Ramón Pilá un gran avispero gris que se balanceaba en la rama de un árbol. -¡Sube, rápido, allá arriba y tráeme aquel matajeyl
-¿Y si me pican las avispas?
-¡Sube, hombre! ¡Tapas bien la boca del avispero con un puñado de hojas! ¡Anda, ligerol....



En un momento el rabipelado trepó hasta lo alto y regresó con el avispero ella mano. Lo entregó a Tío Conejo y éste lo tomó con cuidado, y corrió a ponerlo dentro del saco, en lugar de Tío Morrocoy.
Al cabo de unos momentos, los tres: Tío Conejo, Tío Morrocoy y Tío Rabipelado, aguardaban escondidos en el borde de la selva, mirando hacia la vivienda de Tío Tigre, quien, al fin, regresó de atrás de la casa e, indignado, llamó al rabipelado.¡Vagabundo! -rugió- ¿Dónde se metería? ¡Me ha engañado! Nadie se estaba robando mis verduras. ¡Déjelo quieto, cuando lo encuentre, él va a saber lo que es bueno!
En seguida cogió el saco con el avispero dentro y se lo llevó al interior de la casa. Ya tenía el agua hirviendo, y echó las verduras y los aliños entre la olla. Buscó la mano de pilón que, admirablemente, serviría de cachiporra, y con ella golpeó salvajemente el saco, hasta deshacer el avispero que contenía.
-Qué blandito era ese Tío Morrocoy -murmuró-. Mejor; así el sancocho estará más pronto.Se acercó al fogón y vació el saco junto a sus propios pies. Inmediatamente las avispas, embravecidas, lo rodearon en una espesa nube, y comenzaron a clavarle sus terribles aguijones.
Lanzando espantosos alaridos de dolor, la fiera corrió afuera, se revolcó en el patio, desesperadamente, y luego huyó bosque adentro, despavorida.
Tío Conejo, Tío Morrocoy y Ramón Pilá, a todas estas, reventaban de risa, allí, en la orilla de la selva.

¡Y colorín colora'o este cuento se ha termina'o!

Cuento Venezolano de: Rafael Rivero Oramas (tomado del libro: Cuentos infantiles venezolanos tomo I, 1997) 

Imagen cortesia del Instituto Telegráfico Venezolano (IPOSTEL)



El Ave Fénix


En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.
Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.
El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.
Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.
¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.
En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!
FIN

Cuento de: Hans Christian Andersen (tomado de: http://www.pekegifs.com/cuentos/andersen/009.htm

Imagen tomada de: Buscador Google: "Ave Fenix"